Porqué cerrarse en un solo tema...?

Somos muestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos

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"La imaginación es solo la forma de ordenar nuestra memoria" Antonio L Antunez

sábado, 23 de octubre de 2010

El rayo de luna





Yo no sé si esto es una historia que parece cuento o un cuento que parece historia; lo que puedo decir es que en su fondo hay una verdad, una verdad muy triste, de la que acaso yo seré uno de los últimos en aprovecharme, dadas mis condiciones de imaginación.

Otro, con esta idea, tal vez hubiera hecho un tomo de filosofía lacrimosa; yo he escrito esta leyenda que, a los que nada vean en su fondo, al menos podrá entretenerles un rato.

Era noble, había nacido entre el estruendo de las armas, y el insólito clamor de una trompa de guerra no le hubiera hecho levantar la cabeza un instante ni apartar sus ojos un punto del oscuro pergamino en que leía la última cantiga de un trovador.

Los que quisieran encontrarle, no lo debían buscar en el anchuroso patio de su castillo, donde los palafreneros domaban los potros, los pajes enseñaban a volar a los halcones, y los soldados se entretenían los días de reposo en afilar el hierro de su lanza contra una piedra.

-¿Dónde está Manrique, dónde está vuestro señor? -preguntaba algunas veces su madre.

-No sabemos -respondían sus servidores:- acaso estará en el claustro del monasterio de la Peña, sentado al borde de una tumba, prestando oído a ver si sorprende alguna palabra de la conversación de los muertos; o en el puente, mirando correr unas tras otras las olas del río por debajo de sus arcos; o acurrucado en la quiebra de una roca y entretenido en contar las estrellas del cielo, en seguir una nube con la vista o contemplar los fuegos fatuos que cruzan como exhalaciones sobre el haz de las lagunas. En cualquiera parte estará menos en donde esté todo el mundo.

En efecto, Manrique amaba la soledad, y la amaba de tal modo, que algunas veces hubiera deseado no tener sombra, porque su sombra no le siguiese a todas partes.

Amaba la soledad, porque en su seno, dando rienda suelta a la imaginación, forjaba un mundo fantástico, habitado por extrañas creaciones, hijas de sus delirios y sus ensueños de poeta, tanto, que nunca le habían satisfecho las formas en que pudiera encerrar sus pensamientos, y nunca los había encerrado al escribirlos.

Creía que entre las rojas ascuas del hogar habitaban espíritus de fuego de mil colores, que corrían como insectos de oro a lo largo de los troncos encendidos, o danzaban en una luminosa ronda de chispas en la cúspide de las llamas, y se pasaba las horas muertas sentado en un escabel junto a la alta chimenea gótica, inmóvil y con los ojos fijos en la lumbre.

Creía que en el fondo de las ondas del río, entre los musgos de la fuente y sobre los vapores del lago, vivían unas mujeres misteriosas, hadas, sílfides u ondinas, que exhalaban lamentos y suspiros, o cantaban y se reían en el monótono rumor del agua, rumor que oía en silencio intentando traducirlo.

En las nubes, en el aire, en el fondo de los bosques, en las grietas de las peñas, imaginaba percibir formas o escuchar sonidos misteriosos, formas de seres sobrenaturales, palabras ininteligibles que no podía comprender.

¡Amar! Había nacido para soñar el amor, no para sentirlo. Amaba a todas las mujeres un instante: a ésta porque era rubia, a aquélla porque tenía los labios rojos, a la otra porque se cimbreaba al andar como un junco.

Algunas veces llegaba su delirio hasta el punto de quedarse una noche entera mirando a la luna, que flotaba en el cielo entre un vapor de plata, o a las estrellas que temblaban a lo lejos como los cambiantes de las piedras preciosas. En aquellas largas noches de poético insomnio, exclamaba:

-Si es verdad, como el prior de la Peña me ha dicho, que es posible que esos puntos de luz sean mundos; si es verdad que en ese globo de nácar que rueda sobre las nubes habitan gentes, ¡qué mujeres tan hermosas serán las mujeres de esas regiones luminosas, y yo no podré verlas, y yo no podré amarlas!... ¿Cómo será su hermosura?... ¿Cómo será su amor?...

Manrique no estaba aún lo bastante loco para que le siguiesen los muchachos, pero sí lo suficiente para hablar y gesticular a solas, que es por donde se empieza.

Sobre el Duero, que pasaba lamiendo las carcomidas y oscuras piedras de las murallas de Soria, hay un puente que conduce de la ciudad al antiguo convento de los Templarios, cuyas posesiones se extendían a lo largo de la opuesta margen del río.

En la época a que nos referimos, los caballeros de la Orden habían ya abandonado sus históricas fortalezas; pero aún quedaban en pie los restos de los anchos torreones de sus muros, aún se veían, como en parte se ven hoy, cubiertos de hiedra y campanillas blancas, los macizos arcos de su claustro, las prolongadas galerías ojivales de sus patios de armas, en las que suspiraba el viento con un gemido, agitando las altas hierbas.

En los huertos y en los jardines, cuyos senderos no hollaban hacía muchos años las plantas de los religiosos, la vegetación, abandonada a sí misma, desplegaba todas sus galas, sin temor de que la mano del hombre la mutilase, creyendo embellecerla. Las plantas trepadoras subían encaramándose por los añosos troncos de los árboles; las sombrías calles de álamos, cuyas copas se tocaban y se confundían entre sí, se habían cubierto de césped; los cardos silvestres y las ortigas brotaban en medio de los enarenados caminos, y en dos trozos de fábrica, próximos a desplomarse, el jaramago, flotando al viento como el penacho de una cimera, y las campanillas blancas y azules, balanceándose como en un columpio sobre sus largos y flexibles tallos, pregonaban la victoria de la destrucción y la ruina.

Era de noche; una noche de verano, templada, llena de perfumes y de rumores apacibles, y con una luna blanca y serena, en mitad de un cielo azul, luminoso y transparente.

Manrique, presa su imaginación de un vértigo de poesía, después de atravesar el puente, desde donde contempló un momento la negra silueta de la ciudad, que se destacaba sobre el fondo de algunas nubes blanquecinas y ligeras arrolladas en el horizonte, se internó en las desiertas ruinas de los Templarios.

La media noche tocaba a su punto. La luna, que se había ido remontando lentamente, estaba ya en lo más alto del cielo, cuando al entrar en una oscura alameda que conducía desde el derruido claustro a la margen del Duero, Manrique exhaló un grito leve y ahogado, mezcla extraña de sorpresa, de temor y de júbilo.

En el fondo de la sombría alameda había visto agitarse una cosa blanca, que flotó un momento y desapareció en la oscuridad. La orla del traje de una mujer, de una mujer que había cruzado el sendero y se ocultaba entre el follaje, en el mismo instante en que el loco soñador de quimeras o imposibles penetraba en los jardines.

-¡Una mujer desconocida!... ¡En este sitio!..., ¡a estas horas! Esa, esa es la mujer que yo busco -exclamó Manrique; y se lanzó en su seguimiento, rápido como una saeta.

Llegó al punto en que había visto perderse entre la espesura de las ramas a la mujer misteriosa. Había desaparecido. ¿Por dónde? Allá lejos, muy lejos, creyó divisar por entre los cruzados troncos de los árboles como una claridad o una forma blanca que se movía.

-¡Es ella, es ella, que lleva alas en los pies y huye como una sombra! -dijo, y se precipitó en su busca, separando con las manos las redes de hiedra que se extendían como un tapiz de unos en otros álamos. Llegó rompiendo por entre la maleza y las plantas parásitas hasta una especie de rellano que iluminaba la claridad del cielo... ¡Nadie!

-¡Ah!, por aquí, por aquí va -exclamó entonces-. Oigo sus pisadas sobre las hojas secas, y el crujido de su traje que arrastra por el suelo y roza en los arbustos; -y corría y corría como un loco de aquí para allá, y no la veía. -Pero siguen sonando sus pisadas -murmuró otra vez;- creo que ha hablado; no hay duda, ha hablado... El viento que suspira entre las ramas; las hojas, que parece que rezan en voz baja, me han impedido oír lo que ha dicho; pero no hay duda, va por ahí, ha hablado... ha hablado... ¿En qué idioma? No sé, pero es una lengua extranjera... Y tornó a correr en su seguimiento, unas veces creyendo verla, otras pensando oírla; ya notando que las ramas, por entre las cuales había desaparecido, se movían; ya imaginando distinguir en la arena la huella de sus propios pies; luego, firmemente persuadido de que un perfume especial que aspiraba a intervalos era un aroma perteneciente a aquella mujer que se burlaba de él, complaciéndose en huirle por entre aquellas intrincadas malezas. ¡Afán inútil!

Vagó algunas horas de un lado a otro fuera de sí, ya parándose para escuchar, ya deslizándose con las mayores precauciones sobre la hierba, ya en una carrera frenética y desesperada.

Avanzando, avanzando por entre los inmensos jardines que bordaban la margen del río, llegó al fin al pie de las rocas sobre que se eleva la ermita de San Saturio.

-Tal vez, desde esta altura podré orientarme para seguir mis pesquisas a través de ese confuso laberinto -exclamó trepando de peña en peña con la ayuda de su daga.

Llegó a la cima, desde la que se descubre la ciudad en lontananza y una gran parte del Duero que se retuerce a sus pies, arrastrando una corriente impetuosa y oscura por entre las corvas márgenes que lo encarcelan.

Manrique, una vez en lo alto de las rocas, tendió la vista a su alrededor; pero al tenderla y fijarla al cabo en un punto, no pudo contener una blasfemia.

La luz de la luna rielaba chispeando en la estela que dejaba en pos de sí una barca que se dirigía a todo remo a la orilla opuesta.

En aquella barca había creído distinguir una forma blanca y esbelta, una mujer sin duda, la mujer que había visto en los Templarios, la mujer de sus sueños, la realización de sus más locas esperanzas. Se descolgó de las peñas con la agilidad de un gamo, arrojó al suelo la gorra, cuya redonda y larga pluma podía embarazarle para correr, y desnudándose del ancho capotillo de terciopelo, partió como una exhalación hacia el puente.

Pensaba atravesarlo y llegar a la ciudad antes que la barca tocase en la otra orilla. ¡Locura! Cuando Manrique llegó jadeante y cubierto de sudor a la entrada, ya los que habían atravesado el Duero por la parte de San Saturio, entraban en Soria por una de las puertas del muro, que en aquel tiempo llegaba hasta la margen del río, en cuyas aguas se retrataban sus pardas almenas.

Aunque desvanecida su esperanza de alcanzar a los que habían entrado por el postigo de San Saturio, no por eso nuestro héroe perdió la de saber la casa que en la ciudad podía albergarlos. Fija en su mente esta idea, penetró en la población, y dirigiéndose hacia el barrio de San Juan, comenzó a vagar por sus calles a la ventura.

Las calles de Soria eran entonces, y lo son todavía, estrechas, oscuras y tortuosas. Un silencio profundo reinaba en ellas, silencio que sólo interrumpían, ora el lejano ladrido de un perro; ora el rumor de una puerta al cerrarse, ora el relincho de un corcel que piafando hacía sonar la cadena que le sujetaba al pesebre en las subterráneas caballerizas.

Manrique, con el oído atento a estos rumores de la noche, que unas veces le parecían los pasos de alguna persona que había doblado ya la última esquina de un callejón desierto, otras, voces confusas de gentes que hablaban a sus espaldas y que a cada momento esperaba ver a su lado, anduvo algunas horas, corriendo al azar de un sitio a otro.

Por último, se detuvo al pie de un caserón de piedra, oscuro y antiquísimo, y al detenerse brillaron sus ojos con una indescriptible expresión de alegría. En una de las altas ventanas ojivales de aquel que pudiéramos llamar palacio, se veía un rayo de luz templada y suave que, pasando a través de unas ligeras colgaduras de seda color de rosa, se reflejaba en el negruzco y grieteado paredón de la casa de enfrente.

-No cabe duda; aquí vive mi desconocida -murmuró el joven en voz baja sin apartar un punto sus ojos de la ventana gótica;- aquí vive. Ella entró por el postigo de San Saturio... por el postigo de San Saturio se viene a este barrio... en este barrio hay una casa, donde pasada la media noche aún hay gente en vela... ¿En vela? ¿Quién sino ella, que vuelve de sus nocturnas excursiones, puede estarlo a estas horas?... No hay más; ésta es su casa.
En esta firme persuasión, y revolviendo en su cabeza las más locas y fantásticas imaginaciones, esperó el alba frente a la ventana gótica, de la que en toda la noche no faltó la luz ni él separó la vista un momento.

Cuando llegó el día, las macizas puertas del arco que daba entrada al caserón, y sobre cuya clave se veían esculpidos los blasones de su dueño, giraron pesadamente sobre los goznes, con un chirrido prolongado y agudo. Un escudero reapareció en el dintel con un manojo de llaves en la mano, restregándose los ojos y enseñando al bostezar una caja de dientes capaces de dar envidia a un cocodrilo.

Verle Manrique y lanzarse a la puerta, todo fue obra de un instante.

-¿Quién habita en esta casa? ¿Cómo se llama ella? ¿De dónde es? ¿A qué ha venido a Soria? ¿Tiene esposo? Responde, responde, animal -ésta fue la salutación que, sacudiéndole el brazo violentamente, dirigió al pobre escudero, el cual, después de mirarle un buen espacio de tiempo con ojos espantados y estúpidos, le contestó con voz entrecortada por la sorpresa:

-En esta casa vive el muy honrado señor D. Alonso de Valdecuellos, montero mayor de nuestro señor el rey, que herido en la guerra contra moros, se encuentra en esta ciudad reponiéndose de sus fatigas.

-Pero ¿y su hija? -interrumpió el joven impaciente;- ¿y su hija, o su hermana; o su esposa, o lo que sea?

-No tiene ninguna mujer consigo.

-¡No tiene ninguna!... Pues ¿quién duerme allí en aquel aposento, donde toda la noche he visto arder una luz?

-¿Allí? Allí duerme mi señor D. Alonso, que, como se halla enfermo, mantiene encendida su lámpara hasta que amanece.

Un rayo cayendo de improviso a sus pies no le hubiera causado más asombro que el que le causaron estas palabras.

-Yo la he de encontrar, la he de encontrar; y si la encuentro, estoy casi seguro de que he de conocerla... ¿En qué?... Eso es lo que no podré decir... pero he de conocerla. El eco de sus pisadas o una sola palabra suya que vuelva a oír, un extremo de su traje, un solo extremo que vuelva a ver, me bastarán para conseguirlo. Noche y día estoy mirando flotar delante de mis ojos aquellos pliegues de una tela diáfana y blanquísima; noche y día me están sonando aquí dentro, dentro de la cabeza, el crujido de su traje, el confuso rumor de sus ininteligibles palabras... ¿Qué dijo?... ¿qué dijo? ¡Ah!, si yo pudiera saber lo que dijo, acaso... pero aún sin saberlo la encontraré... la encontraré; me lo da el corazón, y mi corazón no me engaña nunca. Verdad es que ya he recorrido inútilmente todas las calles de Soria; que he pasado noches y noches al sereno, hecho poste de una esquina; que he gastado más de veinte doblas en oro en hacer charlar a dueñas y escuderos; que he dado agua bendita en San Nicolás a una vieja, arrebujada con tal arte en su manto de anascote, que se me figuró una deidad; y al salir de la Colegiata una noche de maitines, he seguido como un tonto la litera del arcediano, creyendo que el extremo de sus holapandas era el del traje de mi desconocida; pero no importa... yo la he de encontrar, y la gloria de poseerla excederá seguramente al trabajo de buscarla.

¿Cómo serán sus ojos?... Deben de ser azules, azules y húmedos como el cielo de la noche; me gustan tanto los ojos de ese color; son tan expresivos, tan melancólicos, tan... Sí... no hay duda; azules deben de ser, azules son, seguramente; y sus cabellos negros, muy negros y largos para que floten... Me parece que los vi flotar aquella noche, al par que su traje, y eran negros... no me engaño, no; eran negros.

¡Y qué bien sientan unos ojos azules, muy rasgados y adormidos, y una cabellera suelta, flotante y oscura, a una mujer alta... porque... ella es alta, alta y esbelta como esos ángeles de las portadas de nuestras basílicas, cuyos ovalados rostros envuelven en un misterioso crepúsculo las sombras de sus doseles de granito! ¡Su voz!... su voz la he oído... su voz es suave como el rumor del viento en las hojas de los álamos, y su andar acompasado y majestuoso como las cadencias de una música.

Y esa mujer, que es hermosa como el más hermoso de mis sueños de adolescente, que piensa como yo pienso, que gusta como yo gusto, que odia lo que yo odio, que es un espíritu humano de mi espíritu, que es el complemento de mi ser, ¿no se ha de sentir conmovida al encontrarme? ¿No me ha de amar como yo la amaré, como la amo ya, con todas las fuerzas de mi vida, con todas las facultades de mi alma?

Vamos, vamos al sitio donde la vi la primera y única vez que le he visto... ¿Quién sabe si, caprichosa como yo, amiga de la soledad y el misterio, como todas las almas soñadoras, se complace en vagar por entre las ruinas, en el silencio de la noche?

Dos meses habían transcurrido desde que el escudero de D. Alonso de Valdecuellos desengañó al iluso Manrique; dos meses durante los cuales en cada hora había formado un castillo en el aire, que la realidad desvanecía con un soplo; dos meses, durante los cuales había buscado en vano a aquella mujer desconocida, cuyo absurdo amor iba creciendo en su alma, merced a sus aún más absurdas imaginaciones, cuando después de atravesar absorto en estas ideas el puente que conduce a los Templarios, el enamorado joven se perdió entre las intrincadas sendas de sus jardines.

La noche estaba serena y hermosa, la luna brillaba en toda su plenitud en lo más alto del cielo, y el viento suspiraba con un rumor dulcísimo entre las hojas de los árboles.

Manrique llegó al claustro, tendió la vista por su recinto y miró a través de las macizas columnas de sus arcadas... Estaba desierto.

Salió de él, encaminó sus pasos hacia la oscura alameda que conduce al Duero, y aún no había penetrado en ella, cuando de sus labios se escapó un grito de júbilo.

Había visto flotar un instante y desaparecer el extremo del traje blanco, del traje blanco de la mujer de sus sueños, de la mujer que ya amaba como un loco.

Corre, corre en su busca, llega al sitio en que la ha visto desaparecer; pero al llegar se detiene, fija los espantados ojos en el suelo, permanece un rato inmóvil; un ligero temblor nervioso agita sus miembros, un temblor que va creciendo, que va creciendo y ofrece los síntomas de una verdadera convulsión, y prorrumpe al fin una carcajada, una carcajada sonora, estridente, horrible.

Aquella cosa blanca, ligera, flotante, había vuelto a brillar ante sus ojos, pero había brillado a sus pies un instante, no más que un instante.

Era un rayo de luna, un rayo de luna que penetraba a intervalos por entre la verde bóveda de los árboles cuando el viento movía sus ramas.

Habían pasado algunos años. Manrique, sentado en un sitial junto a la alta chimenea gótica de su castillo, inmóvil casi y con una mirada vaga e inquieta como la de un idiota, apenas prestaba atención ni a las caricias de su madre, ni a los consuelos de sus servidores.

-Tú eres joven, tú eres hermoso -le decía aquélla;- ¿por qué te consumes en la soledad? ¿Por qué no buscas una mujer a quien ames, y que amándote pueda hacerte feliz?

-¡El amor!... El amor es un rayo de luna -murmuraba el joven.

-¿Por qué no despertáis de ese letargo? -le decía uno de sus escuderos;- os vestís de hierro de pies a cabeza, mandáis desplegar al aire vuestro pendón de ricohombre, y marchamos a la guerra: en la guerra se encuentra la gloria.

-¡La gloria!... La gloria es un rayo de luna.

-¿Queréis que os diga una cantiga, la última que ha compuesto mosén Arnaldo, el trovador provenzal?

-¡No! ¡No! -exclamó el joven incorporándose colérico en su sitial-; no quiero nada... es decir, sí quiero... quiero que me dejéis solo... Cantigas... mujeres... glorias... felicidad... mentiras todo, fantasmas vanos que formamos en nuestra imaginación y vestimos a nuestro antojo, y los amamos y corremos tras ellos, ¿para qué?, ¿para qué?, para encontrar un rayo de luna.

Manrique estaba loco: por lo menos, todo el mundo lo creía así. A mí, por el contrario, se me figuraba que lo que había hecho era recuperar el juicio.

lunes, 11 de octubre de 2010

Orfeo y Eurídice


Según narra el mito Ericide encontró la muerte al ser picada por una serpiente y descendió hasta  el Hades, el infierno de los griegos. Su esposo Orfeo, la amaba tanto que decidió ir a buscarla. Para esta misión contaba nada más que con su lira y su voz: el enamorado era el mejor músico del mundo, y su talento era tal que las fieras se rendían al oírlo y los ejércitos detenían sus combates para disfrutar de su arte. Sin demora, Orfeo inicio el camino que lo llevaba directamente hasta el infierno. Una vez sorteando varios obstáculos, llego hasta el mismísimo Hades y Perséfone para solicitarle que le permitiera llevarse de sus dominios a su esposa. Tanta paz y tanto gozo produjo con su música que los reyes decidieron aceptar su pedido y dejaron salir a Euridice del infierno. Peor todo tenía un precio, y a cambio de la libertad de la mujer, se le impuso una condición: Orfeo debía caminar delante de su esposa y en ningún momento, bajo ninguna circunstancia, debía mirar hacia atrás hasta encontrarse afuera. Una vez acopetada la condición, la pareja comenzó el ascenso. Caminaron un trecho bastante largo, y ya se veía la luz del sol, cuando Euridice, que venía detrás de su amado, resbaló con una piedra, Orfeo asustado, se voltio para ver qué había ocurrido. Entonces la figura de su amada empezó a desvanecerse y él supo que la había perdido para siempre. Triste final el de esa historia. Pero así son los mitos griegos, cargan siempre con un detalle que cumplir. Una particularidad fatal e ineludible.

martes, 28 de septiembre de 2010

Los instintos no se dejan reprimir, y será pueril admitir que, caso de ser reprimidos, desaparecieran del mundo por este solo hecho. Lo único que puede conseguirse es hacerlos retroceder del terreno de la conciencia a la inconsciencia.Pero en este caso se acumulan, peligrosamente deformados, en el fondo del espíritu, y originan por su constante fermentación, inquietudes nerviosas,  perturbaciones y enfermedades
Ella había esperado otra cosa de la vida. Es  lo que nos pasa a todos. Y de las ruinas de su magnifico castillo de hadas se hizo un refugio, una cabaña donde intento vivir mas o menos confortable

lunes, 27 de septiembre de 2010

HECHIZO DE LUNA


Cuenta la leyenda que en la madrugada
del séptimo día del décimo mes,
un toro bravo y una leona africana
alzaron la mirada a la noche en el mismo instante.
La luna, caprichosa, devolvió a cada uno
el reflejo de los ojos del otro,
dejándolos así hechizados.
Desde entonces, cada noche,
al tintineo de la primera estrella,
las almas salvajes del toro y la leona
ronronean cantos de sirena
clavando sus pupilas en el firmamento,
con la esperanza de que la luna hechicera
les devuelva, una vez más,
la mirada del otro antes del amanecer.

El camino de las almas gemelas

Enamorarse seguramente es uno de los estados más felices y placenteros que puede experimentar un ser humano. Es un sentimiento indescriptible y único en casa persona. El amor entre dos enamorados encierra otros sentimientos que van desde el desprendimiento hasta el egoísmo, desde el regocijo al dolor, desde la libertad de compartir hasta la locura de los celos. El amor no tiene grados preestablecidos sino en cada ser que lo siento como único en su experiencia.
Por y para el amor, se han hecho poemas, canciones, libros, se han cometido actos de arrojo que hasta costaron la propia vida. Se comporta de las mas extrañas maneras y se posesiona de nosotros con o sin nuestro consentimiento.
Y nosotros pertenecemos al amor y no él a nosotros. Siempre se deja compartir pero no posesionar. Nada se disfruta sin libertad diría la cultura celta; y es en ella que desde sus fábulas se describe a través del tiempo y de la palabra el sentir del amor entre las almas.
Para los celtas, dos seres que se aman profunda e incondicionalmente son aquella que nació de un alma única que se separaron por orden de las deidades celtas en los comienzos de la vida para así seguir dividiéndose y poblar al mundo de almas. Así, de un alma nacieron dos, de esas dos cuatro de esas cuatro dieciséis y así sucesivamente. A dos almas que nacieron de una, se las llaman “Almas gemelas”. Dice la leyenda, que las almas que se desprenden siente el dolor de desarraigo y la pena pues esas almas nacieron juntas y aprendieron a amarse: sin embargo esa pena no es en vano ya que las diosas de la vida celta les enseñan así a superar los escollos a lo largo de la historia  en la tierra  Cada alma separada aprende su camino por si sola y dependerá de él absorber las enseñanza más tarde o más temprano. Cuanto más aprenda, experimente y crezca un alma, más cerca de la divinidad estará, más cerca de Dios.
Pero también se cuenta, que las almas gemelas en cada vida que pasan por la tierra, se buscan para encontrarse y ver si aprendieron lo suficiente como para merecer vivir nuevamente juntas. A veces se encuentran efímeramente en un instante de una vida, casi desapercibidamente dejando enseñanzas para ambos que puede valorarse más adelante en cada una de sus vidas particulares. Otras se quedan unidas definitivamente siendo el estado ideal para las almas y en otras ocasiones pueden no encontrarse en una vida o en varias. Todo depende de lo que aprendió cada alma, pues todo sirve. Además, todo esto escapa de la conciencia del ser humano.
De todas maneras, para el celta existe una manera muy sutil de descubrir si encuentra a su alma gemela: Se dice que a los ojos del alma noble, del que sabe ver con amor, vislumbra una llama azulada violácea sobre el hombro izquierdo de su alma gemela, del lado del corazón. Solo verá esa llama en la persona de su alma gemela y no en ninguna otra y solo lo encontrará una sola vez en una vida.
La historia de las almas es abundantemente rica en la cultura celta. Sus historias son tan apasionantes tanto en la guerra como en el amor, con la fogosidad, la pasión y el disfrute que solo puede experimentar las almas bellas.
Esto es apenas un vistazo de cómo comienza el amor para los celtas, de sus búsquedas, de saber que una y otra vez vuelven para encontrar las recompensas del espíritu y el regocijo de las almas.
Sea o no cierto estas leyendas, no cabe duda que enamorarse es lo más hermoso que nos pueda pasar. Ejercer el amor en todas las cosas y en todos los seres. La libertad e hacerlo y disfrutarlo. Pero el requisito ineludible es que tenemos que aprenderlo, cuidarlo y luchar por eso que llamamos amor.
Seria bueno creer entonces, porque la persona con la llama azul puede estar cerca de ti.

domingo, 26 de septiembre de 2010

TRAVESURA DE DUENTE


Un poco antes de que la humanidad existiera, se reunieron varios duendes para hacer una travesura. Uno de ellos dijo:
—Debemos quitarles algo a los seres humanos, pero, ¿qué?
Después de mucho pensar, uno dijo:
— ¡Ya sé! Vamos a quitarles la felicidad. El problema es dónde esconderla para que no
puedan encontrarla. 
Propuso el primero:
—Vamos a esconderla en la cima del monte más alto del mundo.
—No, recuerda que tienen fuerza; alguno podría subir y encontrarla, y si la encuentra uno, ya todos sabrán dónde está —replicó otro.
Se escuchó una nueva propuesta:
—Entonces vamos a esconderla en el fondo del mar.
Otro señaló:
—No, no olvides que son curiosos, alguno podría construir un aparato para bajar, y entonces la encontrarán.
—Escondámosla en un planeta bien lejano de la Tierra —propuso otro.
—No —le dijeron. Recuerda que les dieron inteligencia, y un día alguno va a construir una nave para viajar a otros planetas y la va a descubrir, y entonces todos tendrán felicidad.
El duende más veterano, que había permanecido en silencio escuchando atentamente cada una de las propuestas, dijo:
—Creo saber dónde ponerla para que nunca
la encuentren.
Todos voltearon asombrados y preguntaron
al unísono:
—¿Dónde?
—La esconderemos dentro de ellos mismos; estarán tan ocupados buscándola afuera que nunca la encontrarán.
Todos estuvieron de acuerdo, y desde entonces ha sido así: el hombre se pasa la vida
buscando la felicidad sin saber que la lleva consigo

viernes, 24 de septiembre de 2010

EOS Y TITONO

                                        
Titono era un mortal hijo de Laomedonte, rey de Troya, y hermano de Príamo . Como su hermano Ganímedes, era de una belleza deslumbrante y la diosa Eos, Aurora en la mitología latina, se enamoró de él.
La historia de amor de ellos, es probablemente una de las más tristes pero al mismo tiempo, una de las más dulces. La leyenda cuenta que Eos se enamoró tanto de Titono que le pidió a Zeus que le concediera la inmortalidad a su amado Titono. Zeus accedió y lo hizo inmortal;- pero recuerda Eos, ya no te quedan más dones para recibir -. Cuando volvió a su palacio, sonrió llena de alegría. pero, a la diosa se le olvidó pedir también la juventud eterna, de modo que Titono fue haciéndose cada vez más viejo, Se arrugo y empequeñeció casa vez mas hasta que por último, un día, lo encontró convertido en grillo . Desde entonces cada vez que Eos se despierta por la mañana y llora, se produce el rocío con sus lágrimas. Titono se alimenta de las mismas, según la creencia antigua, y cuando le preguntan qué desea, responde en latín: Mori, mori, mori... que significa estar muerto.
El mito de Titono refleja como ningún otro la tristeza de la vejez cuando ésta se hace peor que la muerte.

jueves, 23 de septiembre de 2010

El sueño omnipotente


Ella permanecía tumbada en la cama, inmóvil, con su mirada absorta en el balanceo de las ramas de un árbol que había tras la ventana. Abandonada a todo lo que al azar, violaba su pensamiento. Así yacía desde el alba, pero poco a poco vio como la noche, lentamente la relegaba a su propio desvarío, borrando su mirada de todos los espacios más allá de su cuarto, antes de verse invadida por la oscuridad, atinó con un suspiro de moribunda a encender la luz, miró desesperada a su alrededor, intentando encontrar otra referencia donde fijar su decadente vínculo con la vida, pero sólo halló quietud e indiferencia; los muebles, las cortinas, el ordenador, todo estaba imitando a su propia muerte. Intentó incorporarse, pero algo más fuerte que su deseo de sobrevivir la retuvo pegada a la sábana. El pánico se apoderó de su, hasta entonces, inexpresivo rostro, delimitando cada rasgo violentamente. Le faltó el aire, y a sus brazos la sangre suficiente para poder levantarse, sólo pudo articular una vez más su voz para gritar llorando: ¡Te quiero joder! Pero no merecemos causarnos más daño, adiós mi amor. De repente dejó de sudar, su cara volvió a dibujar la amabilidad que la definía hasta entonces. Se acomodó girándose sutilmente sobre la noche, en su cama. Y siguió durmiendo plácidamente tras este agónico y revelador sueño omnipotente.
                                                                                                     http://laflordelapocalipsis.blogspot.com

miércoles, 22 de septiembre de 2010

leyenda de Amarca


La leyenda de Amarca se cuenta desde hace mucho tiempo. Amarca era una joven hermosa indígena que vivía en las alturas de lo montes de Icod de los Vinos. Era tan hermosa que despertaba la envidia de las demás mujeres. Su casa parecía un nido colgando de las montañas y allí vivía, feliz y normalmente.
Un día llegó Mencey Belicar, el último rey de los dominios de Icod, y cuando admiró su belleza se enamoró perdidamente de Amarca. Esta noticia corrió velozmente pero Amarca a pesar de su humilde linaje, al verse asediada por elamor de tantos jóvenes se dejó llevar y causó mucho dolor. La gente siempre se preguntaba para quien finalmente sería su amor.
Así fue como un tiempo después llegó Gariaiga el Pastor, quien se volvió loco por Amarca y recibió también su rechazo. Herido profundamente por el rechazo a su amor, se tiró por un precipicio. Las mujeres culparon de esto a Amarca y la noticia se conoció por todos lados.
Hasta que… Amarca desapareció. Nadie sabía donde encontrar a la joven. Salvo un anciano, que dijo haberla visto una mañana descender de las montañas y caminar hacia las orillas del mar. Una semana mas tarde, contó que lavio lanzarse al abismo y luchar contra las olas, perdiéndose en el mar. Desde ese momento cuando un caminante va por allí de noche, se oye un lamento escalofriante: la voz apagada de Gariaiga, que sigue llamando a su amada.

EL ACERTIJO DE EINSTEIN



La leyenda dice que esté acertijo lo escribió Einstein y que afirmó que un 98% de la gente no podría resolverlo.


¡Se puede hacer!. Sé parte del 2% que puede

Planteamiento:
1- Hay cinco casas cada una de un color distinto. En cada casa vive una persona, cada una de diferente nacionalidad.
2- Cada propietario prefiere una bebida, fuma una marca de cigarrillos y tiene una mascota que no repite ningún otro propietario.


La pregunta es:

¿Quién tiene un pez?



Hechos
· El británico vive en la casa roja
· El sueco tiene un perro
· El danés bebe té
· La casa verde está a la izquierda de la casa blanca
· El propietario de la casa verde bebe café
· La persona que fuma Pall Mall cría pájaros
· La persona que vive en la casa amarilla fuma Dunhill
· El propietario de la casa de en medio bebe leche
· El noruego vive en la primera casa
· El hombre que fuma Blends vive al lado del propietario de un gato
· El dueño del caballo vive al lado del hombre que fuma Dunhill
· El fumador de Bluemasters bebe cerveza
· El alemán fuma Prince
· El noruego vive al lado de la casa azul
· El fumador de Blends tiene un vecino que bebe agua


Ayudas:
· Te conviene trabajar con lápiz y papel
· La clave está en el orden de las casas.


Cuadro de respuestas:
Casa
Nacionalidad
Bebida
Cigarrillos
Mascota

ECO Y NARCISO


Eco y Narciso (un amor no correspondido)

Narciso era un joven de una extraordinaria e irresistible belleza, hijo del río Cefiso y de la ninfa Liríope. Poseía una belleza tan embaucadora que enamoraba perdidamente a todo aquel que tuviese la mala fortuna de contemplar su rostro. Pero su arrogancia y su soberbia le hacían despreciar a todas y cada una de las doncellas que caían rendidas a sus pies. Hacía continuamente caso omiso a las insinuaciones y declaraciones de amor que le profesaban. Un día que Narciso se encontraba tumbado en un prado, abandonado plácidamente en los brazos de Morfeo, soñando seguramente consigo mismo, apareció paseando por allí una ninfa llamada Eco, que tras contemplarlo gentilmente dormido, quedó prendada enseguida de su hermosura, perdidamente enamorada y viendo que Narciso se había despertado y se disponía a alejarse de aquel lugar, intentó salir de detrás de un árbol, pero al pisar una rama seca que había en el suelo, produjo un sonido que alertó a Narciso.
- ¿Quién anda por ahí?
- ¿Ahí? Le contestó Eco
- ¿Quién eres? ¿Por qué no vienes?
- ¿Vienes? Le preguntó Eco
- ¿Dónde estás? No puedo verte
- Puedo verte, repitió Eco
- Ya estoy harto, me voy
- Me voy, dijo Eco, queriendo decir todo lo contrario
Ella lo siguió, pero él no quiso saber nada de una ninfa con una conversación tan estúpida, y se alejó rápidamente de ella. Eco anduvo sin rumbo hasta un acantilado donde fue marchitándose de amor y humillación hasta que sólo perduró su voz, aun muerta se le oye en lugares parecidos repetir las últimas palabras que oye. Eco era víctima de una maldición impuesta por la diosa Hera, que la condenaba a repetir siempre la última palabra, pero nunca la primera. A causa de la ayuda que prestó Eco, a sus espaldas, a las amantes de Zeus.
Al enterarse de su muerte, las hermanas de Eco pidieron ayuda a Némesis, hija de la noche y diosa de la venganza. Ésta accedió, y para vengar a Eco y al resto de mujeres que languidecían por culpa de Narciso, lo condenó impulsándolo a beber de una fuente cristalina donde se viese reflejado. Cuando Narciso vio aquel rostro tan bello, quedó extasiado, intentó atrapar aquella belleza con la mano, pero cuando tocaba el agua la imagen desaparecía, al fin sufrió la amargura y el tormento del amor no correspondido. Así pasaron los días, se olvidó de comer y de beber, absorto en la imagen perfecta, esperando a ser correspondido por su propio reflejo. Poco a poco sus piernas se convirtieron en raíces, su cuerpo en tronco, sus brazos en ramas y su hermosa cabeza en una maravillosa flor que desde entonces lleva su nombre.
Narciso murió víctima de su propia vanidad y arrogancia por un amor no correspondido, y así Eco fue vengada.