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"La imaginación es solo la forma de ordenar nuestra memoria" Antonio L Antunez

miércoles, 17 de agosto de 2011

El Arbol


    Era un árbol, en realidad no sabía la especie a la que pertenecía, pero se encontraba en los bosques de temperatura templada casi fría, en el norte de Europa.
    No podía aceptar que era un árbol y el no poder moverse, siempre quería más y más, no aceptaba lo que había a su alrededor y por eso se atormentaba. Pareciera una mujer -muchos pensaban al verle caminando por esos bosques- el estar junto a su tronco y el sonido de sus hojas moviéndose al compás del viento daban mucha paz y tranquilidad a quien estaba a su lado, sin embargo, ella sólo quería salir de ese tronco.
    En realidad la habían transformado en eso, en un pedazo de madera, con vida, mucha vida, pero no podía hablar y estaba indefensa ante la tortura de los incendios y de lo lastimoso de las heridas que le provocaban los humanos, esas hachas que con el tiempo se fueron convirtiendo en serruchos y después en sierras, y cómo la querían convertir en algo que en realidad ella nunca fue, ella nunca quiso ser.
    Antes mucho antes de que esto sucediera ella misma había cambiado por muchos hechizos y maldiciones y su forma había sido distorsionada y hasta la fecha no se sabe cómo fue
    Sólo pensaba, mi cabello ahora ya no será rubio ni tampoco negro como en otras ocasiones, ahora será natural, como lo que me rodea, este hermoso bosque -se decía- será color madera, y yo yo seré fuerte, con mucha vida, aunque muy vulnerable, dando mucha vida a través de los frutos que son las mismas letras, pero seguiré seca, mi piel y mi ser estarán secos a pesar de tener vida.
    Tenía mucho miedo cuando llegaban los leñadores porque no quería saber más de dolor y no poder hacer nada, era una tortura casi indescriptible, hasta los niños le daban un miedo enorme ya que con sus navajas ponían iniciales y rasgaban su propia piel que para los demás era solo la corteza seca de un árbol viejo, antiguo
    Sin embargo, sabía y estaba con una completa seguridad de que era parte de una sublime naturaleza y por eso había tantos al acecho, la querían cortar, destrozar y convertirla en algo más, en algo que para ella, antes era parte de su vida, hojas de papel, hojas en las que antes escribía, hojas en las que plasmaba sus historias, su mente, y su vida, su vida por completo, pero hacía tanto tiempo de aquello que parecían sueños aunque ella ni siquiera los podía recordar ya que siempre estaba despierta por el propio miedo, angustia, que le provocaba el contacto con la gente en su propio ambiente que no toleraba que lo inundaran con desechos, como en muchas otras ocasiones.
    Tenía la apariencia propia de un Roble, fuerte, robusto y muy apreciado por toda la humanidad, uno de los más conocidos en el mundo entero, en todas las épocas, en todos los ambientes o géneros, siempre se hablaban de árboles y de la importancia de la naturaleza y ella lo sabía, porque estaba llena de hojas, en su interior lo único que habían eran libros desde manuscritos hasta libros que habían hecho con retazos de sus compañeros del bosque, ella los guardaba en su interior y aún estando estática (menos cuando el aire movía su copa) siempre estaba enterada de lo que pasba en el mundo exterior.
    Su copa era de las más frondosas, estaba llena de ramas y hojas, tan pero tan llena que apenas y dejaba pasar los rayos del sol a través de esas hojas y eso hacía tan apacible a quienes caminaban por ese bosque para sentarse y recostarse en su tronco y sentir tal paz y tal tranquilidad, como a la vez el ánimo para continuar con su viaje.
    Amante de las tormentas cuando en realidad era la Princesa ahora llevaba más maldiciones, no sólo ser alguien inmóvil sino atraer a esos rayos provenientes de las tormentas que tanto amaba, que tanto adoraba, ahora esos rayos también tenían una maldición porque al ser sus eternos amantes, sus eternos pretendientes, no la quisieron dejar sola en ese tormento y decidieron sacrificarse por amor a ella, pero no se dieron cuenta, de que esa maldición los convertiría en rayos.
    Y así fue como atraía a esos truenos, a esos rayos, que en realidad eran los hombres que había dejado en su vida, pero que sin embargo la seguían sin darse cuenta que en realidad eran su propia destrucción, porque bien se sabe que los árboles atraen a los rayos y sólo para una cosa para acabar con ellos, para ser su fin, para en realidad hacerlos sufrir más a través de una muerte que se consume en fuego y termina en cenizas.
    Una atracción ante la que no se puede hacer nada.

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